viernes, 11 de septiembre de 2009

Quédate.

Nos mirabamos de improviso. La luz de luna empapaba mi rostro de lleno contra la ventana mojada por la lluvia de septiembre. O sea, no habia luz de luna, por que llovia, y por lo tanto estaba nublado. La ''luz de luna'' era la lampara de mi celular que tenía la foto de la luna.

Caminaba con la mirada en el suelo y de vez en cuando me volteaba para mirarte cuando tu no me mirabas. Jugabamos furtivamente a ver quien atrapaba a quien en una diversion retorcida. Me daba más pena que nada. Cada tanto, cuando me acordaba, le subia el volumen al reproductor y me acomodaba los audifonos que me causaban una sensacion de picor en la nuca. Mi nuca siempre cubierta por el cabello largo y mojado por la lluvia de septiembre.

Miraba las escaleras en la carrera interminable de cada persona por llegar a su destino. El metro, la micro, el taxi. El olor apestoso a humedad y sudor de la gente. Y tu en el cine sin saber quien es el malo mientras la ciudad se llena de árboles que arden y el cielo aprende a envejecer... Escuchaba mientras seguía el camino de mi ruta diaria. Tu seguías parado ahí, a un lado de mí entre mi mochila (mojada) y el señor (apestoso) de al lado. No me decías nada. Ni cuando casi me atropellaron, ni cuando cerré los ojos y me malviajé.

Ahora estas aquí enfrente, entre la ventana y yo. No te veo por que esta muy oscuro y afuera, para variar, sigue lloviendo. Pero sé que estás del otro lado, mirandome impávido esperandome como quiero. Sin nunca decir nada, bajo la lluvia de septiembre. La misma que moja mis tenis viejos, la misma que te moja cuando estás con ella.

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