miércoles, 23 de septiembre de 2009

D.F.

Es una gran ciudad. Está infestada de toda clase de personajes singulares, no terminarías de clasificarlos y necesitarias cantidad de vidas para conocerlos a todos y dejar de sorprenderte cada vez. Es la inmensidad de la metropoli la que te consume, te seduce y te enamora para finalmente absorberte, devorarte, convencerte. Pasarás años cultivando ese deseo de salir huyendo, de vivir en otra parte, podrás irte y aun así volverás. O morirás con tus deseos nunca hechos realidad.

Sí, es enorme. Y en su grandiosidad admiras su grandeza, que no es lo mismo ni es igual. Reconocerás la magia de estar rodeado de cerros con campanitas tintineantes, la maravilla de no ser más que una célula de éste ser colosal, gigante titánico dueño de tí y de todo lo que te rodea. Y al cruzar un puente y sentir el aire esmoico (que casi y no estoico) y respirar. Luego en la insignifcancia de la noche después de la vida, a más de ser una muestra de tejido citadino natural, te sientes parte de ésto que nos gusta llamar nuestro Distrito Federal...

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