Me fumé un cigarro y exhalé. Terminé el poema que dejé sobre la mesa y caí en cuenta de que se había ido. Para siempre. Como un fantasma me deslizé hasta la recámara y encontré su espacio vacío. La noche anterior se había puesto muy mal y me pedía ayuda con la mirada. Vomitó unas cuantas veces y se volvía cada vez más pálido y desmejorado. Intentó llamar por teléfono pero la linea estaba curiosamente cortada. Quiso salir a la calle pero las fuerzas lo abandonaron. Convulsionó en la alfombra que solía ser blanca. Yo me quedé parada, como petrificada junto a la puerta, en mi camisón negro que a él tanto le gustaba. Él me pedía que lo ayudara y yo tuve que hacerlo. Le tapé la cara con una almohada para que no pudiera volver a vomitar ni ver cómo había ensuciado el suelo por que seguramente se habría molestado. Él me gritaba dolorosamente que le ayudara y yo tuve que ponerle la almohada en la cara, pero al final de todos modos se murió.
Ahora que lo pienso, siempre fue un tipo complejo.
Ahora que lo pienso, siempre fue un tipo complejo.
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